ATENIENSE. ¿Cuál sería mejor juez? ¿el que hiciese morir a
todos los malos, y mandase a los buenos que se gobernasen por sí mismos; o el
que poniendo toda la autoridad en manos de los buenos, dejase vivir a los
malos, después de haberlos obligado a someterse voluntariamente a los
primeros?. Y si se encontrase un tercero, que, tomando a su cargo poner el
oportuno remedio a las disensiones de dicha familia, sin hacer morir a nadie,
imaginase un medio de reconciliar los espíritus y hacerlos amigos para lo sucesivo,
obligándolos a observar ciertas leyes, este tercero superaría indudablemente a
los anteriores.
CLINIAS. Ese juez, ese legislador, sería el mejor sin
comparación.
ATENIENSE. Sin embargo, en las leyes que les propusiese,
tendría un fin que sería diametralmente opuesto al de la guerra.
CLINIAS. Es cierto.
ATENIENSE. ¡Pero qué! Cuando se trata de constituir un
Estado, ¿llegará el legislador a conseguir su objeto con más seguridad,
dictando todas sus leyes en vista de las guerras exteriores más bien que de esta
guerra intestina, llamada sedición, que tiene lugar de tiempo en tiempo en el
interior de un Estado, y que todo buen ciudadano debe desear que no nazca jamás
en su patria, o si nace verla sofocada en su raíz?
CLINIAS. Es evidente, que conseguirá mejor su objeto,
formando su plan en vista de esta segunda clase de guerra.
ATENIENSE. Y en el caso de una sedición ¿hay alguien, que
prefiera una paz comprada con la ruina de uno de los partidos y la victoria del
otro, más bien que con la unión y la amistad restablecidas entre ellos por
medio de un buen acuerdo, volviendo toda su atención sobre los enemigos
exteriores?.
CLINIAS. No hay nadie que no prefiera para su patria esta
segunda situación a la primera.
ATENIENSE. ¿Y puede el legislador desear otra cosa?
CLINIAS. No, ciertamente.
ATENIENSE. ¿No es
consultando al mayor bien, como todo legislador debe formar sus leyes?.
CLINIAS. Sin contradicción.
ATENIENSE. El mayor
bien para un Estado no es la guerra ni lo es la sedición (por el contrario, se
deben hacer votos porque no haya
necesidad de ellas), sino la paz y la buena inteligencia entre los ciudadanos.
La victoria, que un Estado consigue, por decirlo así, sobre sí mismo, puede
pasar por un remedio necesario, pero no por un bien. Eso equivaldría a suponer,
que la mejor situación posible para el cuerpo humano es aquella en que se
encuentra, cuando, estando enfermo, es purgado cuidadosamente por el médico, sin
tener en cuenta que su mejor situación es aquella en la que no necesita
remedios. Cualquiera que se atenga a esos mismos principios con relación a los
Estados y a los particulares, y considere como su objeto único y principal las
guerras exteriores, no será nunca buen político, ni sabio legislador; antes
bien es indispensable, que todo lo relativo a la guerra lo arregle en vista de
la paz, en vez de subordina la paz a la guerra.
CLINIAS. Extranjero,
lo que acabas de decir es muy exacto; sin embargo, o mucho me equivoco, o
nuestras leyes, lo mismo que las de Lacedemonia, se preocupan enteramente de lo
que pertenece a la guerra.
Las Leyes, Platon, extracto del libro primero.
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