Hombre y Mujer: unicidad y diversidad
Autor: Martín Alvárez Martín:
davidalvarez144@yahoo.com Fuente: www.scalando.com
Nuestra sociedad dominicana vive a diario una especie de guerra clandestina donde las victimas en su gran mayoría son las mujeres. Nos referimos a la violencia en el seno de las familias y las relaciones afectivas, donde mujeres, niños, niñas y adolescentes son agredidos por los hombres. Sean hijas, hermanas, madres, amigas, novias, parejas o esposas, las mujeres sufren a diario la violencia verbal y física de quienes son sus padres, hermanos mayores, hijos, amigos, novios, amantes o esposos.
Esta violencia no distingue entre clases sociales, ni niveles educativos, ni procedencia de región alguna del país. Muchas llevan en su cuerpo las marcas de golpes, llegando incluso a la mutilación, otras cargan con el sufrimiento constante de sentirse inseguras, humilladas y abusadas, pero un grupo también terminan siendo asesinadas por quienes supuestamente le profesaban afecto.
Esta situación es agravada por el silencio de amigos, vecinos y familiares que ven indiferentes la violencia contra tantas mujeres sin defenderlas y por un sistema judicial y policial que, a pesar de tener en sus manos leyes que protegen a las mujeres abusadas de sus abusadores, no las protegen adecuadamente y a menudo son cómplices de los agresores.
Esta situación de violencia contra la mujer es una herencia nociva de nuestra cultura que tiene dos expresiones: por un lado una imagen de la masculinidad distorsionada por el machismo y por otro lado una percepción de inferioridad de la mujer. Ambas expresiones de la cultura dominicana -y de otras culturas- son negativas y deben ser extirpadas mediante la educación y la protección efectiva de la integridad física y emocional de nuestras amigas y compañeras.
Los hombres y las mujeres compartimos una unidad maravillosa en cuanto que somos seres humanos iguales, con idénticos talentos y capacidades, con semejante dignidad y posibilidad de desarrollarnos. A la vez hombres y mujeres poseemos una rica diversidad de expresiones complementarias que nos permite nutrirnos mutuamente y ser mejores personas. Esta unidad y diversidad se fundamenta en el respeto absoluto a la integridad física y emocional de hombres y mujeres, comprometiéndonos en la felicidad de nuestros prójimos y prójimas.
Los hombres tenemos el deber de abandonar conductas machistas y educarnos en nuevas formas de masculinidad que sirvan para proteger y cuidar a quienes nos rodean y nunca agredirlos. Las mujeres deben defender su integridad como seres humanos y nunca tolerar malos tratos. Los que educan -sean padres, madres, maestros y maestras- deben educar a los niños y niñas en el afecto y respeto por sus congéneres, aceptando la diversidad y libertad de los otros. Hombres y mujeres debemos aprender juntos a respetarnos y aceptar nuestra diversidad. Este respeto no puede quedar exclusivamente en la intimidad familiar, todos debemos ser responsables también de cuidar que no sean violentadas las mujeres en nuestra red familiar, nuestro vecindario y en toda la sociedad. La expresión de que “nadie debe meterse entre marido y mujer” cuando se trata de violencia contra la mujer es un signo de cobardía e irresponsabilidad por la vida de un ser humano. Recordemos que somos guardianes de nuestros hermanos y hermanas, tal como Dios le reclamó a Caín, y por tanto debemos cuidar en la medida de nuestras posibilidades a quienes más cercanos tenemos.