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lunes, 16 de noviembre de 2009

Una vida social auténtica empieza en la conciencia

Benedicto XVI: “Una vida social auténtica empieza en la conciencia”
Audiencia a obispos brasileños en visita ad limina
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 15 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa pronunció este sábado, al recibir a los obispos de la Región Sur 1 de la Conferencia Episcopal de Brasil, presentes en el Vaticano para la visita "ad limina Apostolorum".

Señor Cardenal,

Queridos arzobispos y obispos de Brasil,

En medio de la visita que estáis cumpliendo ad limina Apostolorum, os habéis reunido hoy para subir a la Casa del Sucesor de Pedro, que con los brazos abiertos os acoge a todos vosotros, estimados Pastores de la Región Sur 1, en el Estado de São Paulo. Allí se encuentra el importante centro de acogida y evangelización que es el Santuario de Nuestra Señora Aparecida, donde tuve la alegría de estar en mayo de 2007 para la inauguración de la Quinta Conferencia del Episcopado Latino-Americano y del Caribe. Hago votos para que la semilla entonces lanzada pueda dar válidos frutos para el bien espiritual y también social de las poblaciones de ese prometedor Continente, de la querida Nación brasileña y de vuestro Estado Federal. Ellos “tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con condiciones más humanas: libres de la amenaza del hambre y de toda forma de violencia [Discurso inaugural (13/V/2007), n.4]. Una vez más, deseo agradecer todo lo que se realizó con tan gran generosidad y renovar mi cordial saludo a vosotros y a vuestras diócesis, recordando de modo especial a los sacerdotes, los consagrados y consagradas y los fieles laicos que os ayudan en la obra de la evangelización y la animación cristiana de la sociedad.

Vuestro pueblo abriga en el corazón un gran sentimiento religioso y nobles tradiciones, arraigadas en el cristianismo, que se expresan en sentidas y genuinas manifestaciones religiosas y civiles. Se trata de un patrimonio rico en valores que vosotros -como muestran los relatores, y don Nelson refería en el amable saludo que en vuestro nombre acaba de dirigirme- procuráis mantener, defender, extender, profundizar, vivificar. Al regocijarme vivamente con todo esto, os exhorto a proseguir esta obra de constante y metódica evangelización, conscientes de que la formación verdaderamente cristiana de la conciencia es decisiva para una profunda vida de fe y también para la madurez social y el verdadero y equilibrado bienestar de la comunidad humana.

En efecto, para merecer el título de comunidad, un grupo humano debe corresponder, en su organización y en sus objetivos, a las aspiraciones fundamentales del ser humano. Por eso no es exagerado afirmar que una vida social auténtica empieza en la conciencia de cada uno. Dado que la conciencia bien formada lleva a realizar el verdadero bien del hombre, la Iglesia, especificando cuál es este bien, ilumina al hombre y, a través de toda la vida cristiana, procura educar su conciencia. La enseñanza de la Iglesia, debido a su origen -Dios-, a su contenido -la verdad- y a su punto de apoyo -la conciencia- encuentra un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona, creyente o no creyente. Concretamente, “la cuestión de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa únicamente de los cristianos. Incuso si recibe una luz y fuerza extraordinaria de fe, ésa pertenece a cada conciencia humana que aspira a la verdad y vive atenta y aprehensiva a la suerte de la humanidad. (···) El “pueblo de la vida” se alegra de poder compartir su compromiso con muchos otros, de manera que sea cada vez más numeroso el “pueblo por la vida”, y la nueva cultura del amor y de la solidaridad pueda crecer para el verdadero bien de la ciudad de los hombres” [Enc. Evangelium vitæ (25/III/1995), 101].

Venerables Hermanos, hablad al corazón de vuestro pueblo, despertad las conciencias, reunid las voluntades en un esfuerzo conjunto contra la creciente ola de violencia y menosprecio por el ser humano. Éste, de don de Dios acogido en la intimidad amorosa del matrimonio entre un hombre y una mujer, ha pasado a ser visto como mero producto humano. “Hoy, un campo primario y crucial de lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral del hombre es el de la bioética, donde se juega radicalmente la propia posibilidad de un desarrollo humano integral. Se trata de un ámbito delicadísimo y decisivo, donde irrumpe, con dramática intensidad, la cuestión fundamental de saber si el hombre se produce por sí mismo o depende de Dios. Los descubrimientos científicos en este campo y las posibilidades de intervención técnica parecen tan avanzados que imponen una elección entre estas dos concepciones: la de la razón abierta a la trascendencia o la de la razón cerrada en la inmanencia” [Enc. Caritas in veritate (29/VI/2009), 74].

Job, de modo provocativo, llama a los seres irracionales a dar su propio testimonio: “Interroga a las bestias, que te instruyan, a las aves del cielo, que te informen. Te instruirán los reptiles de la tierra, te enseñarán los peces del mar. Pues entre todos ellos, ¿quién ignora que la mano de Dios ha hecho esto? Él, que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre” (Job 12, 7-10). La convicción de la recta razón y la certeza de fe de que la vida del ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, pertenece a Dios y no a los hombres, le confiere ese carácter sagrado y esa dignidad personal que suscita una única actitud legal y moral correcta, esto es, la del profundo respeto. Porque el Señor de la vida dijo: “A todos y a cada uno reclamaré el alma humana (···) porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gen. 9, 5.6).

Mis queridos y venerables Hermanos, nunca podemos desanimarnos en nuestra llamada a la conciencia. No seríamos seguidores fieles de nuestro Divino Maestro, si no supiéramos en todas las situaciones, también en las más arduas, llevar nuestra esperanza “contra toda esperanza” (Rom 4,18). Continuad trabajando por el triunfo de la causa de Dios, no con el ánimo triste de quien advierte sólo carencias y peligros, sino con la firme confianza de quien sabe poder contar con la victoria de Cristo. Unida al Señor de modo inefable está María, plenamente conforme con su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Por la intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro de Dios luz, consuelo, fuerza, intensidad de propósitos y logros para vosotros y vuestros más directos colaboradores, al mismo tiempo que de corazón os concedo, extensiva a todos los fieles de cada comunidad diocesana, una particular Bendición Apostólica.



[Traducción del original portugués por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]


martes, 3 de noviembre de 2009

Selah

El Significado del término Selah en los Salmos

Por Juan Bautista Cabrera

(Revisor del Antiguo Testamento de Reina-Valera de 1905, cuyo texto fue la base de la Reina-Valera 1909)

La palabra Selah se encuentra setenta y una veces en los Salmos y tres en el cántico u oración de Habacuc, en el texto hebreo. Los traductores de la Vulgata omitieron esa palabra al poner la Biblia en lengua latina; pero en nuestra versión llamada de Valera, encontramos la palabra Selah las mismas veces y en los mismos sitios que la empleó el texto hebreo.

¿Qué significa la palabra Selah, que Valera ha dejado sin traducir?

En la versión griega llamada de los Setenta, la palabra se traduce por diapsalma, o nota para el canto, con la cual se indicaba pausa o elevación de voz, o mudanza de tono.

Según San Jerónimo la palabra Selah significa siempre, y así la traduce en su versión de los Salmos.

San Agustín, suponiendo bien traducida la palabra Selah por diapsalma, dice: "Diapsalma interpositum in canendo silentium significat." El diapsalma interpuesto en el canto denota silencio.

Nuestro hebraizante el Dr. García Blanco se opone a que la palabra Selah sea una diapsalma o nota intermusical, que eso quiere decir la palabra griega; y sostiene con argumentos filológicos, que no es del caso aducir aquí, que por razón de sus letras radicales la dicha voz hebrea significa astuta, estimulo de afecto, silencio; y por tanto debe traducirse siempre que ocurre, no de la misma manera, sino en relación a los pasajes a que se junta, si bien reteniendo su significación primordial.

Así el mencionado doctor traduce la palabra Selah en el Salmo tres, versos 2, 4 y 8, por secretamente. En el Salmo 7 verso 5 por silenciosamente. En el Salmo 9 verso 16, por maquinación oculta, y en el verso 20 por ocultamente. Y sigue dando otras equivalencias parecidas en los demás lugares en que ocurre.

La palabra, pues, ha dado lugar a varias opiniones, como ven nuestros lectores, y no creemos que esté resuelta la cuestión todavía.

Mas, puesto que no está traducida en nuestra versión, ¿qué debemos entender por la palabra Selah, en la práctica, cuando la hallemos en el texto?

Lo que no puede explicarse con palabras tal vez pueda entenderse con el corazón. Hay cantos sin letra cuyo significado se revela a la mente pensadora sin necesidad de comentario alguno; y ciertas veces el silencio es más expresivo que la palabra. Y así el Selah, que podríamos llamar la sagrada pausa del Salmista, al presentarse después de una verdad importante o de un pensamiento nuevo, no requiere nada más: la lengua calla; tal vez el arpa o el salterio sigue repitiendo en melodiosa cadencia la última frase del cantor, mientras nuestros corazones, asintiendo interiormente a la verdad divina, comprenden que aquel Selah es nuestro amen, así sea.

Hay, por ejemplo, tres Selah en el Salmo tercero. Examinémoslos con relación a los pasajes que acompañan, y veamos si encontramos alguna significación.

En el verso segundo: "Muchos dicen de mi vida: No hay para él salud en Dios. Selah."

Este es el Selah de admiración. El varón de Dios se siente sorprendido como de espanto ante el pensamiento de tal blasfemia contra Dios y su Padre. ¡Qué no hay auxilio para él en Dios! Su lengua enmudece, su arpa calla extremecida; medita un momento como si estuviese horrorizado, y luego reuniendo sus fuerzas prorrumpe en una exclamación de santa confianza: "Mas tu, Jehová, eres escudo alrededor de mi; mi gloria y el que ensalza mi cabeza." Verdad que su propia experiencia atestigua, y que le hace decir" "Con mi voz clamé a Jehová, y él me respondió desde el monte de su santidad. Selah."

Este es el Selah de alabanza. Calla de nuevo la voz del canto, y parécenos ver los ojos del cantor elevados en muda pero solemne adoración.

Su propia experiencia le lleva al conocimiento de una verdad grande y general, y en el último verso exclama: "De Jehová es la salud: sobre tu pueblo será tu bendición. Selah."

Este es el Selah de triunfo. El cantor ha empezado el salmo con una queja, y lo termina con un grito de victoria.

En nuestra lectura de los Salmos, hallaremos gran provecho espiritual, si hacemos estas o parecidas observaciones cuando encontremos la palabra Selah.